Sobre la "normalización" de la extrema derecha en Europa
Me gustó el escrito que Juan Ignacio Pérez publicó el 7 de noviembre en su cuaderno de bitácora de la Cátedra de Cultura Científica, titulado "El crecimiento de la polarización y de la extrema derecha". Asentía según iba leyendo sus opiniones o juicios sobre la confianza, los efectos de las sucesivas crisis que vamos pasando, o que van quedando, sobre la ansiedad y el miedo, la frustración y el desencanto, sobre las fuentes de la moralidad. Y sonreía al llegar a esta frase: "No parece verosímil que el pueblo se alce en contra de un sistema que, mal que bien, mantiene alimentados y calientes a una inmensa mayoría, y sigue ofreciendo un absurdo paraíso de consumo a la mayor parte de la gente". Un apresurado resumen de lo escrito en este punto por el coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU destacaría dos posibles reacciones en ausencia de una revolución: abstención o soluciones autoritarias. Relacionado, esto último, con el crecimiento de la extrema derecha.
Aborda Juan Ignacio Pérez Iglesias algunas de las razones que explican la pujanza de la extrema derecha europea. Profundizando en dicha reflexión, se está dando ahora mismo un factor, a mi entender, crucial: el cambio de estrategia o, mejor dicho, de táctica, de la extrema derecha europea, que está capitalizando ya en poder de influencia, poder real y dinero. Sin que, por supuesto, su estrategia, objetivos y postulados, hayan cambiado.
Un momento importante en este cambio táctico a nivel europeo comienza a fraguarse hacia 2017, una vez pasada la ofensiva más burda para sacar rédito político y social a la llegada de más de un millón de personas refugiadas (sobre todo procedentes de Siria, pero también de Afganistán, Irán y muchos países africanos, a lo largo de 2015). Y es la alemana Alternative für Deutschland (AfD) quien comienza a diseñar esa transformación, que es cosmética, sí, pero de enorme calado.
Y, aunque cada caso (y cada estado europeo) es diferente, podríamos sacar ya algunas conclusiones: están marcando la agenda en varias cuestiones y condicionando a partidos convencionales; con altibajos, pero están ganando votos y accediendo a gobiernos y esferas institucionales; y, sobre todo, están beneficiándose de las oportunidades de financiamiento también público que ello conlleva (en ejecutivos, parlamentos estatales y sub-estatales, Parlamento Europeo, y fundaciones relacionadas con partidos y grupos políticos). Todo esto les permite dar un salto enorme a muchos niveles, que va más allá de sus resultados electorales. La presencia institucional o de gobierno les da visibilidad. Y el dinero les otorga recursos para establecer estructuras de organización o apoyo a nivel europeo (de nuevo con la germana AfD como una de las formaciones más activas en ese empeño, por ejemplo en los Balcanes) y para intensificar campañas de desinformación y marketing, una batalla ideológica que va más allá de sus habituales think tanks y círculos mediáticos o de acción.
La consecuencia (y a veces causa) de todo esto es que se está produciendo una "normalización" de los partidos de extrema derecha, de formaciones neonazis y neofascistas, debido en buena medida a que algunos partidos convencionales están aceptando cooperar con ellos. Pero este proceso no ha llegado de forma repentina o espontánea. La adopción y asimilación de los marcos y las posiciones de la extrema derecha por otros partidos, especialmente por las formaciones conservadoras tradicionales (aunque no solo ellas), es la que está abriendo la puerta a dicha normalización. Son estos partidos quienes han permitido que la extrema derecha y sus posiciones pasen de los márgenes de la política a la corriente central, dentro del mainstream. Llegando al poder o apoyándolo, y, por lo tanto, condicionándolo, no solo influyendo en el debate político.
Entre otros factores, ha sido este proceso de asunción, adopción y normalización de las posiciones de la extrema derecha el que, año tras año, gota a gota, está desestabilizando la Unión Europea.
Ha sucedido -está sucediendo- en cada gran crisis: finanzas globales, migración y pandemia. Y ahora, 30 años después de Bosnia-Herzegovina, una nueva guerra en Europa. "Crisis existenciales -en palabras de Carl Devos, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Ghent- que tienen un efecto desestabilizador y conducen al miedo, que es el caldo de cultivo de la extrema derecha".
De hecho, han alimentado, usado y vivido del miedo como arma social, ideológica y electoral: miedo al "otro", al migrante, miedo a las vacunas, miedo a las crisis, miedo a la falta de calefacción, miedo a perder la independencia ante la UE y la OTAN, miedo a no poder pagar la gasolina... Lo novedoso ahora es que están logrando diluir o "relativizar" el miedo que sus propios postulados y actos han generado durante décadas en una inmensa mayoría de la población europea. Al menos entre algunos sectores. Sus palabras, actos y en demasiados estados europeos políticas contra los derechos de la mujer, contra las personas migrantes, contra quienes piensan y viven de forma diferente a sus designios, contra la izquierda alternativa o transformadora, contra los judíos... deberían reavivar el temor a la vuelta del fascismo y del nazismo revestido de siglo XXI.
Pero, recuerden, es táctica, no significa cambio de estrategia ni de pensamiento. Ahora intentan, por ejemplo, sacar provecho del descontento por la subida de los precios y la crisis energética, porque es lo que les interesa utilizar ahora para llegar a más personas en toda Europa. Pero eso no significa que temas clásicos en su discurso como la migración y las políticas de identidad (bandera y proteccionismo, al estilo del America first de Donald Trump) hayan desaparecido de su agenda.
Migración
La extrema derecha europea se postula, además, como la garante de algunas políticas que la Unión Europea, de facto, está aplicando, y que en parte provienen de la asimilación de sus posiciones. Un ejemplo evidente sería el de la "seguridad" en las "fronteras exteriores" de la UE "frente" a la llegada de personas migrantes y refugiadas. Es decir, su cierre, externalizando, entre otras cosas, el control fronterizo de la Unión, cada vez más militarizado, dando a entender que "estamos siendo atacados". Y, en este caso, una mayoría de partidos convencionales y gobiernos europeos están comprando ese mensaje. Lo cual, por supuesto, forma parte del objetivo de la extrema derecha de acceder ("legitimarse") a la esfera pública, social e institucional, al tiempo que propaga sus peores ideas.
Causa y consecuencia de todo esto es que los sectores más progresistas de Europa están perdiendo terreno (clamorosamente, diría yo) en una cuestión clave, ligada también a la "normalización" de la extrema derecha: la narrativa. La narrativa sobre la historia de personas reales (imaginémonos por un momento que estamos en su lugar), sobre las razones por las que toman la decisión de jugarse la vida para llegar a Europa y tener la posibilidad de un futuro, y sobre sus derechos. Perder esa batalla, perder la mirada justa, nos aboca, como sociedad ( y como Unión Europea), a un porvenir muy oscuro.
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