Juntando letras (Un pueblo en miniatura)
Entramos a la localidad por el primer puente y seguimos la calle principal, hasta desembocar en una bonita plaza casi redonda, construida en torno a un enorme tilo. Era como un pueblo en miniatura, resguardado bajo la cabecera de la iglesia, que la protegía de los vientos húmedos del oeste y noroeste. Dos gatos y un perro descansaban juntos debajo del árbol. Aquí y allá, las raíces asomaban entre los adoquines y llegaban hasta cada una de las casas. Su enorme tronco estaba rodeado de un banco de madera circular y cinco mesas pequeñas colocadas alrededor. Carámbanos de luces navideñas colgaban de las ramas bajas. La parte superior de dos de las cinco mesas eran, o eso me pareció, tableros de ajedrez. — Parecen casitas con alma de granja —susurró Sara dos segundos antes de entrar. — Me imagino leyendo un libro durante las tardes de verano en ese banco —dije yo, resistiéndome a entrar. — ¿Puedo jugar con el perro? —preguntó Nikki, sin ninguna intención de entrar.