Mezuak

Data honetako argitalpenak ikusgai: ekaina, 2024

My friend Mary Oliver

Irudia
Every word was important to Mary Oliver, but the endings of her short writings and poems were often very special. They were no doors to be closed, but windows to new worlds, new beginnings. I love Mary Oliver's "My friend Walt Whitman". Especially when she stitches her own words with Whitman's for the ending. «I learned that the poem was made not just to exist, but to speak --to be company. It was everything that was needed, when everything was needed. I remember the delicate, rumpled way into the woods, and the weight of the books in my pack. I remember the ramblig, and the loafing --the wonderful days when, with Whitman,     I tucked my trowser-ends in my boots and went and had a good time». So here I go too, into the woods, with Mary Oliver as my companion, teacher and trail-blazer. It will be a great day!

Juntando letras (La escoba de hierbabuena)

El sol se colaba por dos pequeñas ventanas que daban al este, abrazando los anchos tablones de madera del suelo y reflotando con su aliento los olores de mi infancia.   No pude evitarlo. Me agaché para olisquear el entarimado. — ¿Qué haces, papá? — Busco en mis recuerdos, Nikki. — ¿En el suelo? ¿Y qué has encontrado? — A mi tía. La carcajada de Sara se deslizó entre los rayos de luz, acariciándolos.

Behe-lainoan dir-dir

Irudia
  Eguerdian, balkoian, eguzki goxoan. Gaixotasunak lausotutako begiradaren gainetik, beso biak altxatuz,  oihu txiki bat, aldarrikapen bat ia: «¡ Viva la vida !».  Eta, bapatean, galduta zebilena:  hor zegoen oraindik, nonbait, irribarrea.  Izar uxo baten dirdira.  Kaixo ama.

Juntando letras (Un pueblo en miniatura)

Entramos a la localidad por el primer puente y seguimos la calle principal, hasta desembocar en una bonita plaza casi redonda, construida en torno a un enorme tilo. Era como un pueblo en miniatura, resguardado bajo la cabecera de la iglesia, que la protegía de los vientos húmedos del oeste y noroeste.   Dos gatos y un perro descansaban juntos debajo del árbol. Aquí y allá, las raíces asomaban entre los adoquines y llegaban hasta cada una de las casas. Su enorme tronco estaba rodeado de un banco de madera circular y cinco mesas pequeñas colocadas alrededor. Carámbanos de luces navideñas colgaban de las ramas bajas. La parte superior de dos de las cinco mesas eran, o eso me pareció, tableros de ajedrez. — Parecen casitas con alma de granja —susurró Sara dos segundos antes de entrar. — Me imagino leyendo un libro durante las tardes de verano en ese banco —dije yo, resistiéndome a entrar. — ¿Puedo jugar con el perro? —preguntó Nikki, sin ninguna intención de entrar.